Trigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
De la misma manera nuestros cuerpos físicos anhelan agua, nuestras almas anhelan a Dios. Tal vez ni siquiera nos damos cuenta porque es tan fácil distraernos con cualquier cosa y todo lo demás. Pero, ¿qué pasa si es Dios lo que buscamos cuando pasamos horas mientras nos desplazamos en las redes sociales, compramos cosas que ni siquiera necesitamos, o experimentamos soledad o falta de conexión como un dolor físico? ¿Qué hacemos para satisfacer ese anhelo? Tal vez buscamos alimentos, tecnología, entretenimiento o relaciones que no son saludables para satisfacer temporalmente nuestro deseo, pero ese deseo siempre volverá. Tal vez sea porque nuestras almas no fueron hechas para este mundo.
St. Agustín notó en sus Confesiones que “Tú nos has hecho y nos has atraído hacia Ti mismo, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. En esto nuestras mentes, corazones y almas pueden sentir el mismo grito del salmista, clamando en sed por la bondad de Dios. ¿Qué podemos hacer para responder a este deseo innato de Dios?
El Evangelio sugiere que mantengamos nuestros ojos enfocados y despiertos en la promesa del Cielo. Puede ser que no sepamos el día ni la hora, pero sabemos que el Novio viene porque así como nuestras almas anhelan a Dios, Él anhela por nosotros. Podemos mirar a las Escrituras para ver todo lo que el Señor ha hecho y dejar que esa promesa reafirme a nuestros corazones inquietos que lo que Dios ha hecho, lo hará una y otra vez. Tal vez necesitemos tomarnos un descanso del ruido de nuestros horarios agitados, pantallas brillantes e incluso nuestras propias expectativas para sentarnos con el Señor en silencio y dejar que Él llene nuestros corazones en vez con lo que fuimos creados: Él mismo.
¿Cuál es una manera práctica en la que puede pasar tiempo intencional con el Señor esta semana?
¿Hay algún hábito que usted y su familia puedan comenzar a desarrollar para mantener a Dios en el centro de su vida diaria?
¿Qué anhela su corazón en esta temporada de vida?