Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario
Una de las cosas más difíciles de hacer en nuestros días es dedicar tiempo y espacio al silencio. Hay tanto que hacer a nuestro alrededor, en el trabajo, la familia y las obligaciones, que puede parecer imposible bajar el ritmo y escuchar. Sin embargo, así es como Dios nos habla. Para que cualquier relación tenga éxito, debemos dedicar tiempo a la otra persona. Dios desea compartir su ser con nosotros. Tal como escuchamos en el Evangelio, las palabras de Jesús son poderosas y capaces de curarnos. Él es la Palabra hecha carne, la encarnación corporal de Dios.
En lugar de una voz potente que viene de una montaña ardiente, como la que oyeron los israelitas, nosotros oímos la voz del Hijo del hombre. Si queremos recibir su curación, primero debemos recibir su voz. "Él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; Él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas." Escuchemos la voz de nuestro Buen Pastor y entremos así en el descanso que Él nos ofrece.
¿Qué actividad puedo abandonar esta semana para dedicar más tiempo al silencio?
¿Cómo puedo animar a mi familia a dedicar tiempo a escuchar la voz de Dios?
Cuando escucho la voz de Dios, ¿la sigo y obedezco?