XIX Domingo del Tiempo Ordinario
1 Reyes 19:4-8 | Salmo 33:2-9 | Efesios 4:30-5:2 | Juan 6:41-51
Profundizando nuestro conocimiento de la Verdadera Presencia
Nos acercamos al corazón de la Eucaristía: la verdadera presencia de Cristo entre nosotros. Haciendo eco a San Atanasio, que dijo: “Él asumió la humanidad para que nosotros pudiéramos convertirnos en Dios” (Sobre la Encarnación, 54), la Eucaristía presenta un profundo encuentro en el que Cristo -cuerpo, sangre, alma y divinidad- se hace tangiblemente presente. La Escritura, en particular Juan 6:41-51, refuerza esta verdad cuando Jesús declara: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo” (Juan 6:51).
La convicción en la Presencia Real nos invita a prepararnos espiritualmente, como lo hacía la Iglesia primitiva. Reflexionando sobre la metáfora de que la Eucaristía nos ayuda a deshacernos de nuestro “espíritu Egipto”, reconocemos su poder transformador para liberarnos del pecado y de la esclavitud espiritual, guiándonos hacia la vida eterna con Dios. Este sacramento nos recuerda nuestra profunda comunión con Cristo, que alimenta y sostiene nuestras almas.
A través de la Eucaristía, experimentamos una unión mística con Cristo, participando en su sacrificio y recibiendo su gracia vivificante. Los primeros Padres de la Iglesia, como San Policarpo, enfatizaron el papel de la Eucaristía en el mantenimiento de la unidad de la Iglesia y la fe verdadera (Carta a los Filipenses). Del mismo modo, San Clemente de Alejandría la describió como una comida sagrada en la que los creyentes reciben la vida de Cristo, haciéndose partícipes de la naturaleza divina (El Instructor, Libro 1, Capítulo 6).
Reflexionando sobre la presencia real de Jesús -cuerpo, sangre, alma y divinidad- en la Eucaristía, ¿cómo influye esta creencia en tus actitudes y comportamientos diarios?