Vigésimo Noveno Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús le dice a los fariseos que den a César lo que es suyo - lo que lleva su imagen. Lo que lleva la imagen de Dios es algo de infinitamente más valor - nosotros.
¿Cómo le estamos dando al rey lo que es suyo? La Iglesia nos da preceptos y mandamientos para que nos guíen sobre cómo amar a Dios como se lo merece. Entre estos preceptos, hay cuatro características que también nos definen como miembros de Santa Ana: Adoración, servicio, donación y comunidad.
Toda nuestra vida debe estar orientada hacia el Señor en un espíritu de adoración – reconociendo que Él es Dios y nosotros no lo somos. “Le damos gloria y honor al Señor” por nuestra participación en la Misa, pasando tiempo tranquilo con Él en oración, cantando Sus alabanzas y a través del testimonio de nuestras vidas.
Al adorar, estamos llamados a imitar a nuestro Señor que no vino para ser servido sino para servir. Estamos llamados a salir y ser luz para el mundo dejando a un lado nuestros propios deseos para llevar a Cristo al mundo.
La forma más práctica de servicio es dar. Hemos recibido todo lo que tenemos del Señor como un regalo gratuito, y estamos llamados a usar nuestros dones para el bien de los demás, ya sea que ese regalo sea para un individuo, una organización caritativa, o para la iglesia.
En todas las cosas recordamos que no podemos hacerlo solos. Somos creados para estar en comunidad unos con otros y con Dios. Adoramos, servimos y damos en el contexto de una comunidad – el Cuerpo de Cristo, el imagen que llevamos.
¿Adoro al Señor en la Misa y en la oración con todo mi corazón o simplemente sigo los movimientos de la vida?
¿Imito a Cristo y sirvo a los demás o estoy demasiado enfocado en mi propia comodidad?
¿Doy libremente del tiempo, los talentos y el tesoro con los que he sido bendecido?
¿Reconozco que necesito la ayuda de los demás e invierto en la comunidad que me rodea?