Vigésimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario
Por tanto tiempo, el mundo ha distorsionado la libertad para significar tener el derecho a elegir. Sin embargo, este mundo que empuja por la libertad de hacer lo que nos plazca está viendo un aumento continuo en los números de depresión, ansiedad y suicidio. ¿Por qué, entonces, se ha vuelto tan fácil glorificar la creación y descuidar a el Creador?
El Señor nos invita a asistir la gran fiesta de bodas que nos espera en el cielo. Quiere arrancar “el velo que cubre el rostro de todos los pueblos;” lo que nos impide entregar nuestros corazones a Dios, lo que nos esclaviza y nos impide la libertad. Como dice San Pablo, sabemos lo que es pasar hambre. Podemos sentir el deseo de querer más que las cosas del mundo que no satisfacen. Sin embargo, el Dios de la Abundancia quiere que vivamos en una fiesta abundante y que estemos llenos con nuestra necesidad de Él.
No solo eso, sino que el Evangelio nos anima a salir en nuestra rendición e invitar a otros a la abundante fiesta nupcial. Estamos llamados a ver a los consumidos por la miseria del pecado e invitarlos a “un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos”; la fiesta de la libertad donde podemos dejarnos amar por el Esposo.
¿Cómo Podemos prepararnos para el banquete matrimonial?
¿Quitarás tus vestiduras de tristeza (las cosas del mundo) y usarás tus vestiduras de gozo y salvación (rendirte al Esposo)?
¿Qué debes rendir a Aquel que desea liberarte?