Segundo Domingo de Cuaresma
Al adentrarnos en la narrativa de la Transfiguración con Pedro, Santiago y Juan, observamos la revelación de la naturaleza divina de Jesús. En la cima de la montaña, Moisés y Elías, junto a Jesús, sirven de puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Como concluye el Evangelio, los discípulos ven "sólo a Jesús" mientras se esfuerzan en pronunciar palabras sobre su resurrección (Marcos 9:8-10). La Transfiguración sirve como anticipo del cumplimiento de las antiguas alianzas, con Jesús estableciendo una nueva alianza mediante su muerte y resurrección.
La participación en la Misa se convierte en nuestra ascensión a la montaña, un espacio sagrado donde nos encontramos con Cristo transfigurado y participamos en los misterios de nuestra fe. La Eucaristía, que nos da forma a imagen de Cristo, se convierte en la motivación para adoptar una vida de amor y servicio. Vivir la transfiguración implica reconocer nuestra identidad en Cristo y encontrar fuerza en nuestra relación. La llamada continua a ascender a la montaña metafórica nos lleva a un encuentro constante con la gloria revelada de nuestro Señor. Igualmente vital es el recordatorio de descender, compartiendo la Buena Nueva en nuestra vida cotidiana.
¿Qué pasos prácticos puedo hacer en mi vida cotidiana para comunicar mis experiencias de encuentro con Cristo?
¿De qué manera la narrativa de la Transfiguración ha profundizado mi comprensión de Jesús, y cómo esto da forma a mi vida?