Cuarto Domingo de Cuaresma
En nuestra humanidad, el perdón no siempre nos sale de forma natural. Al contrario, perdonar a los demás es una acción dura y consciente, y una decisión continua de abandonar la ira o el resentimiento. Por eso, cuando intentamos comprender la misericordia de Dios, muchas veces proyectamos en Él esta experiencia humana. Podemos creer que quizas Dios nos perdona, pero con decepción o frustración. Sin embargo, la segunda lectura de hoy demuestra que esto es increíblemente falso. San Pablo no dice que Dios da su misericordia reservadamente, sino que la misericordia y el amor de Dios es muy grande (Efesios 2:4).
El Señor se alegra de mostrarnos su misericordia gratuita y abundante, y no sólo cuando pensamos que la hemos merecido, sino cuando sentimos que absolutamente no la merecemos. Porque aun cuando “estábamos muertos por nuestros pecados,” Jesús vio nuestro desastre y decidió darnos nueva vida (Efesios 2:5). Por lo tanto, no tenemos nada que temer cuando entramos en la luz de Su verdad y Su gracia.
Esta realidad divina de misericordia perfecta y gratuita se encuentra en el sacramento de la reconciliación. Jesús te espera allí con amor y compasión perfecta. Porque Él no vino a condenar, sino a derramar luz en las partes más oscuras de nuestros corazones (Juan 3:17).
El Evangelio dice que Jesús vino a traer luz a nuestras vidas, pero a veces “[preferimos] las tinieblas a la luz” (Juan 3:19). ¿Qué aspectos de tu vida temes traer a la luz?
¿Cómo puedes entrar en la luz de la misericordia de Dios esta Cuaresma? (Confiando en un amigo de confianza, siendo honesto en la oración, yendo al Servicio de Reconciliación el 3/25).