Domingo de la Divina Misericordia

“Porque todo el que ha nacido de Dios vence al

mundo.” ~ 1 Juan 5:4

Hoy nos encontramos con la historia de Tomás, uno de los apóstoles de Jesús que encarna una realidad muy humana. Tal vez nos vemos a nosotros mismos como Tomás, un peregrino que sigue a Cristo pero duda de que Él proveerá y protegerá. Sin embargo, fue al tocar las heridas de Cristo que sanó su miedo y sus inseguridades. Tomás volvió al Señor con fe y permitió que Jesús curara sus heridas.

¿Por qué permitió Jesús que Tomás fuera el único apóstol que no estaba presente cuando se apareció por primera vez a los demás? Jesús tuvo que dejar que Tomás se encontrara con Él a través de heridas para ser transformado. Al reconocer la realidad de su debilidad y pequeñez humanas, Tomás comprendió la verdadera identidad del hombre al que había seguido por tanto tiempo, proclamando: "¡Señor mío y Dios mío!"

El Salmo de hoy dice: "La misericordia del Señor es eterna. Aleluya." ¿Podemos seguir exclamando esto cuando nos encontramos con nuestras propias heridas, pequeñeces y dudas? La belleza reside en que Jesús utiliza sus heridas para acercarnos a Él, pacientemente permitiéndonos reconocer que nuestras heridas y pequeñeces humanas son el lugar donde Él se quiere encontrar con nosotros. Por eso Él es bueno y misericordioso. Él nos invita a la gloria de las heridas; que no hay pecado o duda más poderosa que el amor de Dios.

¿Dejo que mis propias dudas y temores me impidan entrar en intimidad con Jesús?

¿De qué manera ha sido bueno el Señor en medio del sufrimiento y la tragedia que has experimentado?

¿Cómo puedes aceptar la verdad de que es en nuestras heridas donde el amor de Dios es más poderoso y transformador?

St. Ann ParishComentario