XI Domingo del Tiempo Ordinario
¿Alguna vez has tenido un encuentro con alguien que desafió tu fe? Quizás fue un discurso cortés provocado por una curiosidad genuina. O tal vez no fue tan amistoso, y alguien te hizo sentir tonto por ser cristiano. Es muy posible que tú mismo hayas tenido preguntas. Una gran parte de nuestra fe parece totalmente increíble... Entonces, ¿por qué la creemos?
La verdad es que nuestra fe es bastante increíble. Supera las capacidades de nuestro intelecto humano para comprender que, como en el Evangelio de hoy, Jesús solo puede revelárnosla por medio de la parábola y la comparación. Esto hace que la fe sea profundamente personal, porque cada uno de nosotros recibe la fe de una manera que es totalmente única. En cierto modo, creemos en la fe porque no podemos entenderla totalmente, porque sabemos que cualquier cosa que podamos decir o entender sobre la fe no puede expresar adecuadamente la alegría que nos espera en la eternidad.
Aunque nuestra fe es profundamente personal, no podemos cultivarla solos. Así como Dios es una comunión de personas, nuestra fe debe ser vivida en comunión con los demás. También debemos recordar siempre que la fe misma es un don. Dios nos dio gratuitamente este don para que pudiéramos llegar a conocerlo. Y Jesús también nos dio la Iglesia para que, por sus sacramentos y comunión, pudiéramos tener el mejor medio para vivir esa fe como un solo Cuerpo de Cristo y experimentar el Reino de Dios en la Tierra. Demos gracias a Dios, como es "nuestro deber y salvación,” por estos dones salvíficos.
¿Qué escrito de Santo o de la Iglesia puedo estudiar para ampliar mi conocimiento de mi propia fe?
¿Quién es alguien en mi vida con quien Dios podría estar llamándome a vivir mi fe en comunión?
¿Doy gracias a Dios por el don de la fe y el don de la Iglesia todos los días?